jueves, 22 de noviembre de 2007

Jugando al desconfio

El ocupante de ese auto último modelo sube su ventanilla, pues desconfía del chico que se le acerca a pedir limosna.

El conductor del auto de al lado mira al auto último modelo y desconfía de que su dueño lo haya comprado trabajando.

El taxi que está detrás de ellos desconfía de la moto que está junto al cordón.

El pasajero del taxi desconfía de que el taxista lo esté paseando.

El hombre de la camioneta de al lado desconfía de las maniobras del auto de adelante porque lo maneja una mujer.

La mujer desconfía de que el muchacho en silla de ruedas que pasa entre los autos vendiendo linternas sea realmente paralítico.

El motociclista que está junto al cordón compra una linterna y desconfía de que funcione cuando descubre que es de industria nacional.

Un peatón cruza la calle corriendo a toda velocidad, pues desconfía de que los autos no arranquen antes de que el semáforo se ponga en verde.

Los autos desconfían de que el semáforo funcione bien y arrancan aunque todavía está en rojo.

Un hombre parado en la esquina le acerca un volante al peatón que acaba de llegar a la vereda, pero éste lo rechaza, pues desconfía de que se trate de algo gratis.

El peatón compra algo en el quiosco y desconfía de que el quiosquero le haya dado bien el vuelto.

El quiosquero desconfía de que sea verdadero el billete con el que le pagó el peatón.

Un estudiante universitario, sentado en el bar vecino al quiosco, estudia con dedicación sus apuntes, pero desconfía de que pueda realizarse profesionalmente en este país.

La persona que está sentada en la mesa del bar frente a la ventana desconfía del menú del día porque es barato, y lo barato no puede ser de buena calidad.

El hombre que se ve pasar por la ventana del bar desconfía de alguien que le pregunta por una calle y sigue caminando hasta llegar a su oficina.

El jefe de la oficina de al lado desconfía de que el empleado trabaje con esmero y compromiso en su puesto.

El empleado desconfía de cómo llegó a jefe el jefe.

Un grupo de ancianos, en la plazoleta frente al edificio de oficinas, juega al desconfío: un juego de naipes en el que todos desconfían de todos, con o sin razón.

Una cola de pasajeros, en el borde de la plazoleta, espera el colectivo y cada uno de ellos desconfía de que el otro no vaya a colarse.

Una mujer con un niño en brazos paga un solo boleto al subir al colectivo, y el colectivero desconfía de que el niño sea menor de tres años, el límite de edad dispuesto para no pagarlo.

El que ocupa el primer asiento desconfía de que ese niño todavía deba ser llevado en brazos: desconfía de que el asiento les corresponda.

Todos los pasajeros del colectivo desconfían del que ocupa ese asiento: creen que se está haciendo el dormido para no darle el asiento a la señora.

Un auto frena en el semáforo, al lado del colectivo. Las ventanillas bajas dejan oír la radio:

“... preocupa la desconfianza de los inversionistas extranjeros en nuestro país...”
Por Mex Urtizberea

1 comentario:

El Rena dijo...

ta bueno!

Ilustra muy bien la triste realidad en las grandes ciudades argentinas, donde la reina la paranoia